El trabajo diario debe estar al servicio del hombre, al servicio de los deseos de verdad y felicidad que lo constituyen. Trabajar es, por tanto, construirse como hombre al mismo tiempo que se fabrica un producto o se realiza un servicio. Si un empresario reconoce su unidad profunda con su empleado y percibe que tiene algo en común con él, más allá de los intereses inmediatos, se pueden superar las diferencias y la contraposición de intereses.
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